Cinco moras al año

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En la ladera de una montaña no muy alta, vivía el abuelo, junto a un pueblo, ni muy pequeño, ni muy grande.
El abuelo vivía rodeado de plantas. Las había muy grandes y también muy pequeñas.
Entre estas últimas, una morera.
La morera había acompañado al abuelo los últimos 30 años de su vida. Había estado con él desde antes incluso de ser abuelo. La morera era extraordinaria, y no sólo por su longevidad o su tamaño, sino por una peculiaridad. Producía cinco moras al año, ni una más ni una menos. Cinco moras que tenían un sabor excepcional. Un dulzor indescriptible e inolvidable. Y esa era la clave.
Cada vez que su nieta iba a visitarle, el abuelo se encargaba de reservar un tiempo con ella junto a la morera. A continuación, el abuelo le alcanzaba una de las cinco moras a su nieta.
El ritual se repetía año a año, momento tras momento.
-Cada mora es única, Luna, sólo hay cinco al año. Disfrútala. - le repetía el abuelo a su nieta cada vez que le entregaba una de las cinco moras.
Pasados los años, en una de esas conversaciones junto al árbol, Luna alzó la vista y se dio cuenta de que las cinco moras de ese año aún estaban ahí y muchas de ellas habían marchitado.
- Tranquila, vendrán más moras dulces, Luna, pero estas ya no las probaremos.
 
 
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